Antes de que comenzaran las vacaciones me compré Fragmentos de un discurso amoroso del respetable intelectual francés Roland Barthes. He de decir, con la mayor honestidad, que es uno de los libros que más me costó leer en este último tiempo. Y no porque presente algún tipo de complejidad teórica inaccesible... sino porque este libro lo que hace, literal y literariamente, es desmenuzar cada aspecto de la vida amorosa/romántica del ser humano, luego de haberla puesto en el microscopio, captando cada color, textura y momento de los diferentes estadios por los que pasan las relaciones del enamorado.
Lejos de recomendarla para alguien durante la sumisión en el estado amoroso (acaso no estamos todos, casi constantemente, enamorados de algo? aunque sea de nosotros mismos, algunos?) creo necesario captar lo que Barthes intenta explicar en cada uno de los pasajes, y después, OLVIDARSE DE ESO.
Digo que, a pesar de que él abarca con su teoría facetas del estado amoroso: el rapto, la espera, la desilusión, el recuerdo, el olvido, supongo que aún soy de las que piensan que hay algo que no logra abarcar el lenguaje y que no todas las explicaciones sobre lo que nos sucede a nivel interno las satisface el psicoanálisis. Podría decir que para eso tenemos la poesía, que también puede hablarnos del rapto, la espera, la desilusión, de una manera distinta - por supuesto - a la de la lectura académica.
Creo que quizás el mal de nuestra época, entre tantos otros, sea teorizar sobre el amor. Cosa que Barthes hace de manera brillante. Pero desde mi humilde postura de anónima en materia teórica, vengo a postular otras manifestaciones del estado amoroso que exceden lo que dice este libro. Puedo mencionar dos, el viaje y la creatividad. Puedo mencionar lo cálido y lo lúdico. Por supuesto que desde la perspectiva de un intelectual siempre habrá motivos que vendrán a desarmar estas manifestaciones, explicándolas (es decir, desarmándolas, deconstruyendo en partes) estos afectos ligados al amor utilizando teorías.
En definitiva, lo que ha de ser apreciado en la obra de Barthes, que es el entrañable análisis del discurso amoroso actual, a mi modo de ver es impecable.
Simplemente, no llevarse por eso, quitándole al sentimiento lo que tiene de sentimiento, en cuanto empezamos a pensarlo.
Buscando reseñas de este libro después de tenerlo he leído ésto:
Estar enamorado (en el más laxo e
informal sentido de la palabra, es decir sin importar, no ya la
respuesta positiva del amado, sino si el otro sabe siquiera de nuestra
existencia) te da una razón para despertar cada mañana, para realizar
tareas que en el fondo no querías hacer, para tratar de dejar de ser el
despojo de persona al que estabas acostumbrado. El amor (o el deseo)
como un motor para sobrellevar dignamente esta rutinaria y mediocre
existencia. El amor como generador de sentido.
No creo que a Barthes se le haya escapado eso... pero quizás habrá dejado las cursilerías y las locuelas en su fuero interno. Barthes enamorado... es como decir Homero Simpson escribiendo un ensayo sobre un libro de Foulcault.
A continuación, algunos párrafos de este gran libro.
OBSCENO. Desacreditada por la opinión moderna, la sentimentalidad del
amor debe ser asumida por el sujeto amoroso como una fuerte transgresión, que
lo deja solo y expuesto; por una inversión de valores, es pues esta
sentimentalidad lo que constituye hoy lo obsceno del amor.
En la vida amorosa, la trama de los incidentes es de una increíble
futilidad, y esta futilidad, unida a la mayor formalidad, es sin duda
inconveniente. Cuando imagino suicidarme por una llamada telefónica que no
llega, se produce una obscenidad tan grande como cuando, en Sade, el papa
sodomiza a un pavo. Pero la obscenidad sentimental es menos extraña, y eso es
lo que la hace más abyecta; nada puede superar el inconveniente de un sujeto
que se hunde porque su otro adopta un aire ausente, mientras existen todavía
tantos hombres en el mundo que mueren de hambre, mientras tantos pueblos luchan
duramente por su liberación, etc. ".
DEDICATORIA. Episodio de lenguaje que acompaña todo regalo amoroso, real
o proyectado, y, más generalmente, todo gesto, efectivo o interior, por el cual
el sujeto dedica alguna cosa al ser amado.
El regalo amoroso se busca, se elige y se compra dentro de la mayor excitación – excitación tal que parece ser del orden del goce. Calculo activamente si ese objeto complacerá, si no decepcionará, o si, por el contrario, pareciendo demasiado importante, no denunciará por sí mismo el delirio –o el embaucamiento en el que estoy aprisionado. El regalo amoroso es solemne; arrastrado por la metonimia voraz que regula la vida imaginaria, me transporto por entero en él. A través de ese objeto te doy mi Todo, te toco con mi falo; es por eso que estoy loco de excitación, que recorro las tiendas, que me obstino en encontrar el buen fetiche, el fetiche brillante, logrado, que se adaptará perfectamente a tu deseo.
ADORABLE
El regalo amoroso se busca, se elige y se compra dentro de la mayor excitación – excitación tal que parece ser del orden del goce. Calculo activamente si ese objeto complacerá, si no decepcionará, o si, por el contrario, pareciendo demasiado importante, no denunciará por sí mismo el delirio –o el embaucamiento en el que estoy aprisionado. El regalo amoroso es solemne; arrastrado por la metonimia voraz que regula la vida imaginaria, me transporto por entero en él. A través de ese objeto te doy mi Todo, te toco con mi falo; es por eso que estoy loco de excitación, que recorro las tiendas, que me obstino en encontrar el buen fetiche, el fetiche brillante, logrado, que se adaptará perfectamente a tu deseo.
ADORABLE
Encuentro en mi vida millones de cuerpos; de esos millones puedo desear centenares; pero de esos centenares, no amo sino uno. El otro del que estoy enamorado me designa la especificidad de mi deseo.
Esta elección, tan rigurosa que no retiene más que lo Único, constituye, digamos, la diferencia entre la transferencia analítica y la transferencia amorosa; una es universal, la otra específica. Han sido necesarias muchas casualidades, muchas coincidencias sorprendentes (y tal vez muchas búsquedas), para que encuentre la Imagen que, entre mil, conviene a mi deseo. Hay allí un gran enigma del que jamás sabré la clave: ¿por qué deseo a Tal? ¿Por qué lo deseo perdurablemente, lánguidamente) ¿Es todo él lo que deseo (una silueta, una forma, un aire)? ¿O no es sólo más que una parte de su cuerpo? Y, en ese caso, ¿qué es lo que, en ese cuerpo amado, tiene vocación de fetiche para mí? ¿Qué porción, tal vez increíblemente tenue, qué accidente? ¿El corte de una uña, un diente un poco rajado, un mechón, una manera de mover los dedos al hablar, al fumar? De todos esos pliegues del cuerpo tengo ganas de decir que son adorables. Adorable quiere decir: éste es mi deseo, en tanto que es único.
Lo
intratable
Hay dos afirmaciones del amor. En primer lugar, cuando el enamorado encuentra al otro, hay afirmación inmediata (psicológicamente: deslumbramiento, entusiasmo, exaltación, proyección loca de un futuro pleno; soy devorado por el deseo, por el impulso de ser feliz) digo sí a todo (cegándome). Sigue un largo túnel: mi primer sí está carcomido de dudas, el valor amoroso es incesantemente amenazado de depreciación: es el momento de la pasión triste, la ascensión del resentimiento y de la oblación. De este túnel, sin embargo, puedo salir; puedo “superar”, sin liquidar; lo que afirmé una primera vez puedo afirmarlo de nuevo sin repetirlo, puesto que entonces lo que yo afirmo es la afirmación, no su contingencia: afirmo el primer encuentro en su diferencia, quiero su regreso, no su repetición. Digo al otro (viejo o nuevo): Recomencemos.
Hay dos afirmaciones del amor. En primer lugar, cuando el enamorado encuentra al otro, hay afirmación inmediata (psicológicamente: deslumbramiento, entusiasmo, exaltación, proyección loca de un futuro pleno; soy devorado por el deseo, por el impulso de ser feliz) digo sí a todo (cegándome). Sigue un largo túnel: mi primer sí está carcomido de dudas, el valor amoroso es incesantemente amenazado de depreciación: es el momento de la pasión triste, la ascensión del resentimiento y de la oblación. De este túnel, sin embargo, puedo salir; puedo “superar”, sin liquidar; lo que afirmé una primera vez puedo afirmarlo de nuevo sin repetirlo, puesto que entonces lo que yo afirmo es la afirmación, no su contingencia: afirmo el primer encuentro en su diferencia, quiero su regreso, no su repetición. Digo al otro (viejo o nuevo): Recomencemos.
Como celoso sufro cuatro veces: porque estoy celoso, porque me reprocho el estarlo, porque temo que mis celos hieran al otro, porque me dejo someter a una nadería; sufro por ser excluido, por ser agresivo, por ser loco y por ser ordinario.