Estos
días estuve mirando el documental In Residence, donde artistas, diseñadores o
gente común comparten sus casas. Entramos y echamos una mirada esas vidas, tan diferentes
a la nuestra pero con muchas aristas en común.
Una casa
no es sólo un lugar en donde se vive; es un espejo de cómo queremos habitar el
mundo. Un hogar bello, para cada persona, no tiene que ver necesariamente con “lujo”,
sino con sentido, armonía, calor… detalles que nos cuidan y representan.
Es un
espacio que nos puede contener en los días buenos y en los días oscuros. Un
lugar donde el alma descansa, se inspira o se repara.
Y creo
que es importante que al entrar en nuestra casa (sea propia, alquilada, grande
o pequeña) podamos sentir ese espacio como nuestro.
Uno de mis mejores amigos rechazó un trabajo porque si llenaba ese espacio, no le permitiría “cuidar su casa”. Consecuentemente, cada vez que lo visitaba su lugar estaba limpio, había aromas de alguna comida casera y su gato andaba feliz por los alrededores.
Con la
muerte de mis ancestras (perdí a mi mamá y a mi tía hace tres años, y a mi
abuela unos años antes), lo vi con más claridad: sus casas fueron una herencia
silenciosa. No por lo material, sino por la historia que contaban al entrar. Sus
casas son ellas, incluso después de irse a otro plano. Y creo que pasa eso
con todos los lugares en general, donde a la historia la hace la gente que
transitó por esos espacios.
Por eso,
hoy creo que construir un hogar es una forma de cuidado primaria. Poner plantas
que nos acompañen, colgar una imagen que nos emociona, abrir una ventana por
donde ver el cielo. Son pequeños gestos que sostienen.
Y quizás
eso sea la belleza de hacer un hogar: la de un lugar que nos abraza en
silencio, y nos acompaña en el arte más difícil y más simple de todos: vivir.
Abrazos,
Emilia.
Wow, que interesantes los capítulos del documental que recomiendas. Vi el primero y ya estoy enganchado, gracias por la recomendación!.
ResponderEliminarAl final el hogar que habitamos está lleno de recuerdos y de experiencias, y son esas cosas las que nos anclan a un momento de felicidad o calma. Entrar a tu casa y sentirla tu refugio es de lo más placentero, saber que tenés un lugar a donde regresar cada vez sientas que el mundo te queda demasiado grande.
Definitivamente, es por eso que hacemos un hogar. También, tengo que decir que un hogar no debería dejar de ser un puente entre el afuera y el adentro. De algún modo, un lugar donde estamos plenos debería darnos ganas de "salir afuera"; pero también, de "volver adentro", a refugiarnos del mundo. El hogar como es capullo donde podemos volver, y recuperar (aunque sea imposible, aunque ya nunca más podamos) aquella sensación primigenia de cuando estuvimos en nuestro primer lugar: la madre. Abrazos, Ale.
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