Hace poco
retomé la escritura de un libro que tengo atrasado (si siguen mi carrera
entenderán y, sino, da lo mismo) y algo que me ha servido muchísimo fue
comprarme un nuevo cuaderno y lindas lapiceras. Lejos de realizar una oda al
consumismo; tener un lugar bello donde tomar notas me prende el entusiasmo y
una lapicera con un buen trazo predispone de otra manera el hábito de la
escritura. (Claro que escribo la mayor parte de forma digital, pero tomar notas
es algo que hago manualmente y a la vieja usanza).
En estos
nuevos "trucos" que uso para automotivarme a usar más mi cuaderno, mi
tiempo, mi estudio, redescubrí algo que aparece cuando dejamos de lado un buen
rato nuestro celular, y respiramos. Algo que no es un truco, sino un espacio
calmo parecido al de la cinta de un casette virgen, circulando con su sonido
silencioso.
Ahí puedo
imprimir mis palabras, unir ideas, entablar conversaciones conmigo misma que
dejan de ser errantes, neuróticas o dispersas: son conversaciones elegantes
conmigo misma, donde me ordeno y me dispongo a la tarea, donde pienso más en
seguir, con esas palabras, manteniendo ese espacio limpio, o bien eligiendo sabiamente
las cosas que quiero dejar entrar allí.
Pero
también, dejar espacios vacíos donde puedo simplemente mirar por la ventana, me
mantienen en esa "concentración desconcentrada", donde puedo ser yo,
donde no soy "yo para otros", sino, lisa y llanamente, una persona
mirando por la ventana, una persona a la que tal vez se le ocurra una nueva
idea, porque está creando el espacio para que eso suceda.
Dijo
Einstein: "La mente intuitiva es un regalo del cielo y la mente racional
es un sirviente fiel. Hemos creado una sociedad que rinde homenaje al sirviente
y se olvida del regalo".
Hace
poco, pensando en cómo hace tiempo me cuesta leer libros largos (y más aún,
escribir uno), encontré este fragmento de un artículo que habla de cómo el uso
excesivo de internet y redes sociales está afectando nuestra capacidad de
concentración:
Es posible que pierdas la capacidad de leer libros largos o que incluso te cueste resolver problemas complicados. También es posible que las conversaciones con tus amigos pierdan calidad porque supondrá un esfuerzo profundizar en un único tema.
La necesidad constante de estimulación y gratificación inmediata puede conducir a una disminución de la paciencia y la persistencia, lo que dificulta la consecución de objetivos a largo plazo. Y también existe el riesgo de que aumenten los niveles de ansiedad y estrés, ya que la incapacidad para desconectar puede dificultar la relajación y los procesos mentales reconstituyentes, contribuyendo a un ciclo de compromiso mental constante y agotamiento.
La
atención es compromiso mental. Y pienso que, en ese "compromiso
mental" que nos demandan las redes sociales, estamos dando muchísimo a cambio de muy
poco. Nuestro ciclo de recompensas de dopamina son leves chispas encendidas por
contenido basura. Lo que voy a decir es sumamente personal, pero al final del
día, muchas veces siento que escribir un artículo entero sin estar viendo el celular
o el mail, o leer durante una hora ininterrumpidamente se volvieron verdaderos
logros. Estoy batallando por recuperar mi atención, en un mundo donde los
dispositivos se pelean por ella.
¿Por qué
es tan importante la concentración? No tiene que ver solamente con que nos
permite cumplir objetivos personales, sociales; pequeños o inmensos. La concentración nos permite
estar en nosotros mismos.
Cuando estoy con-centrada, estoy en mí. Estoy dando esa energía de Emilia a una conversación, a la escritura de un párrafo, a observar los tonos otoñales en el parque, a escuchar atentamente todo el disco Heathen Chemistry una vez más.
Fabrico
más de mí misma, y doy esa energía de mí. Estoy presente para lo que estoy
viviendo o haciendo en un momento determinado. Y, en esa presencia elegida y voluntaria,
en ese compromiso mental que asumo deliberadamente, soy más yo misma. Estoy
siendo yo, en relación con algo, sumamente presente. Soy más yo misma que
nunca.
Abrazos,
Emilia.