Un buen día él mismo descubrió quién era. Supo de golpe, como en una revelación, para qué había aprendido todo lo que sabía y a quienes iba a entregar todo lo que fuera capaz de dar en el tiempo de vida que pudiera vivir. De golpe se llenó de asco y de apuro. Fue el día en que lo echaron del empleo, porque le apagó un pucho en la cabeza al gerente, y la noche en que decidió dejar de estudiar porque descubrió que el Derecho no existía. El caballo hace al jinete y el bocado al diente: el Derecho era el derecho de muchos hombres a hacerse puré bajo la suela de pocos. Mandó todo a la mierda y se dedicó a organizar la rabia, como el decía, durmiendo donde fuera y comiendo si había. Lo que pasara con él, se le importaba un carajo. Había aceptado su destino cuando supo cuál era, o lo había elegido, no sé, pero sin hacer ningún drama con eso, como si la pobreza y el peligro de morir fueran una fiesta. Se había dado.
Darse. Él sabía que no hay alegría más alta.
Cuando no Galeano !!, que genial la historia !!, creo que cuando una persona hace lo que el protagonista de este cuento, esa persona finalmente está más cerca de ser libre ! y si es libre...es feliz
ResponderEliminarPienso lo mismo :) gracias por pasarte, David.
ResponderEliminarexcepto que la felicidad es una utopía, porque la vida tiene sus contrastes, igual ya sabemos para que sirve la utopía según el amigo de Galeano! je. Beso,Emilia.
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